Correspondencia anterior

Harto ya de estar harto de tanta vida, Don Efraín Candoroso, poco antes de su muerte natural por disparo de arma de fuego infligida por él mismo, legó a mi tío abuelo Don Juliano de Lapesa Dez, la correspondencia que durante años mantuviera con Doña XXX. En este Blog, tenemos la primicia de su publicación. El editor.

sábado, 21 de marzo de 2009

Cartas a Doña XXX: Un desayuno distinto.

¡Qué escándalo, Doña XXX! ¡Qué griterío! ¡Qué bochorno! ¡Que vergüenza ajena! ¡Qué alipori! No puedo por menos que escribirla. No puedo por menos que compartir estos momentos de turbación y pasmo con quien sé que sabrá imaginar lo acontecido y valorar en su justa medida los comportamientos que estos mis ojos, que han sido siempre suyos, han podido atestiguar hoy. Es ya de noche y escribo esto a la luz de la linterna escondido bajo la sábana, porque cada día a las nueve de la tarde nos dejan a oscuras, alegando el descanso en paz que necesitamos como si no supiéramos lo cerca que estamos ya de descansar para siempre. Tenemos prohibido cualquier actividad de pensamiento, palabra, obra u omisión, desde esa hora hasta que suene la sirena del alba; y si me sorprendieran en esta tesitura, Doña XXX, seguramente recibiría un castigo como con los que suelen penarnos por nuestro comportamiento pecaminoso: ayudar en la cocina, fregar los pasillos o, el peor de todos, cambiar las bacinillas o los pañales a los incontinentes.

Todos en el asilo parecen haberse calmado ya. Hay un silencio sepulcral y sólo se escuchan los pasos rítmicos de la enfermera de guardia. O mejor, del guardia que se disfraza de enfermera. Se llama Hilda y cuentan de ella que, el día de su nacimiento, cuando la partera vio asomar su cara por entre los muslos de su madre, y sin ánimo de ofender a la parturienta, dijo en voz alta: “¡Carajo, señora, acaba usted de dar a luz una soltera!”. Y que, desde entonces, como aura subconsciente que hubiera quedado en el espíritu de la recién nacida, aquella criatura había decidido ejercer el oficio de la monstruosidad hasta su absoluto dominio. Y resolvió que nadie nunca podría sentirse a gusto a su lado; que nadie, nunca, podría vivir feliz si ella estaba presente. Y qué mejor profesión para ejercitarse en tan edificante vocación, sobre todo con los débiles, que la de enfermera jefe de un asilo de ancianos como el nuestro, donde todo tipo de seres humanos se apiñan e intentan convivir como pueden y les dejan, mientras esperan ya sin esperanza.

Hilda es fea y gigantesca, de ojos azules pequeños, nariz grande, y un corte de pelo a lo soldado de quinta recién reclutado, negro como su alma. Se pasea ciclópea entre nosotros con un aire de superioridad absoluta, y un gesto de desprecio hacia nuestra presencia que, a su paso, todos bajamos la cabeza humillados y temerosos. Tiene entre la dirección del Centro un gran predicamento: mantiene el orden y la disciplina a rajatabla, aplica las normas escritas a sangre y fuego y controla el gasto de alimentos y medicinas, generando economías de escala muy productivas para la institución que nos ayudan a todos los inquilinos de esta santa casa a permanecer delgados como perfiles de puerta. Todo sea por la salud, nos dicen. Ahora, sus pasos firmes de soldado prusiano retumban contra el piso. La noche es cada vez más oscura y todos mis compañeros callan, sin poder dormir, ansiosos y preocupados por lo que se dictamine por la mañana de todo lo acontecido hoy en esta institución de asilo y de refugio. Todos están despiertos y todos temen.

Esta mañana, el día se había despertado delicioso. El cielo era azul como un mar de espejos y el sol nos daba la bienvenida a una jornada con la que muchos de nosotros ya casi no contábamos. La verdad, Doña XXX, es que esperar cada día a que ese sea el último que vivamos provoca una desidia en el existir y una dejadez de ánimo que nos vuelve incapaces de ser siquiera una estela fugaz de lo que fuimos. Pero hoy la luz fue distinta. Hoy, ya desde el desayuno, todos nos dimos cuenta de que el aire traía algo diferente. Y, en vez de sentarnos apiñados en los bancos centrales del comedor para darnos los unos a los otros calor humano y protegernos de ese constante ambiente de orden y normas que nos rodea, todos quisimos hacerlo cerca de lo ventanales para que el sol nos diera directamente en la cara. Hubo bromas y risas y chistes con las caras que algunos ponían al sonreirle al sol con los ojos cerrados. Hubo apuestas y juegos por ganar una plaza junto a la ventana y hubo, sobre todo, vida a raudales que entró por las cristaleras y nos inundó a todos. Candy reía feliz entre nosotros, ayudándonos a mover las mesas y los bártulos del desayuno junto a las ventanas. Don Hermenegildo, encaramado en una banca, daba órdenes precisas organizando el movimiento de unas tropas que no le prestaban atención. El ruido y la algarabía era enorme cuando, de repente, el silbato de Hilda, desde la puerta del comedor, dio la orden de parar. Todos callamos ipso facto y, tratando de disimular nuestras risas, nos sentamos obedientes y en silencio, cabizbajos, a tomar nuestro desayuno. Nos sentíamos como esos niños a los que el profesor les había agarrado en medio una travesura. Y, aunque, nuestra actitud era, como siempre, sumisa, por dentro nos sentíamos felices y plenos. Si nos mirábamos los unos a los otros una amago de carcajada brotaba del silencio y un par de veces más, Hilda tuvo que tocarnos el silbato para poner orden al caos. ¿Un momento mágico? No lo sé. La cuestión es que ese fue sólo el primer amago, la primera advertencia, de lo que después sucedería.

Pero, ahora, Doña XXX, debo dejarla y no tentar más a la suerte. No me vayan a pillar aquí escondido y además del castigo, me secuestren estas líneas que tanto me gusta escribir, porque permiten que me sienta cerca de usted. Mañana será otro día. Mañana continuaremos.

Siempre suyo, Efraín Candoroso.


Datos personales

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid y MDC por el Instituto de Empresa de Madrid. Su trayectoria profesional le ha llevado a especializarse en temas referentes al mundo de la infancia y de la juventud en donde ha publicado, entre otros, Tiempo libre, educación y prevención en drogodependencias (1997) y Para una promoción integral de la infancia y de la juventud (1998). Como poeta ha publicado: Las horas Transitadas (Madrid, 1998), Manobra (Madrid, 2000), La ciudad doliente (Madrid, 2002) SHOA (México, 2004). Además, aparece recogido en las antologías 1 y 2, Hasta agotar la existencia (México 2001 y 2003). Además, en internet, ha publicado poemas en la revista Adamar de poesía. Ha dado recitales en España y América y su poema Teselas ha sido traducido al Rumano medieval en caracteres cirílicos para garantizar, así, su máxima difusión entre los lectores de habla hispana.

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