Y aquí estoy otra vez, Doña XXX, feliz tras haber recibido su última misiva, siempre tan cariñosa y llena de buenas nuevas. Me alegro de que su bisabuela cumpliera, al fin, su sueño de celebrar en Río de Janeiro su noventa cumpleaños, aunque eso de que, como regalo ante tan importante fecha, pidiera unos prismáticos para espiar a sus vecinos mientras practican cochinadas, la verdad, Doña XXX, me parece un poco fuera de lugar; sobre todo teniendo en cuenta que, a la edad de su bisabuela, un golpe de adrenalina de ese calibre le puede causar algún que otro problemilla circulatorio. Aunque si, por otra parte, usted me dice que le encanta y que se ríe a carcajadas aplaudiendo o abucheando al vecino, según ella juzgue la calidad de las manifestaciones amorosas de la vecina, bien estará dejar a la buena señora cumpleañera con sus naturales esparcimientos visuales.
Me ha hecho mucha ilusión, también, recibir la foto de su abuela vestida de colegiala para asistir al Carnaval; rodeada de esos dos marinos de pantalón ceñido y paquete ampliado que con tanto gusto parece ella observar disimuladamente, entre sonrisas picaronas y poses sensuales. Me gusta su espíritu. Al fin y al cabo, la juventud está en nuestros cerebros y, seamos sinceros, a ciertas edades ya se puede hacer y decir lo que durante toda la vida hemos guardado o no hecho por miedo o por vergüenza.
¡Qué dos generaciones de mujeres! ¡Qué tercera, la suya! Que no quiero desmercer, doña XXX sus encantos, ni su capacidad de levantar, aún hoy todavía, mi ánimo inguinal y mi alegría.
Doña XXX, le cuento también que tras mucho pensarlo, he decidido, a mis 85 años, ponerme en manos de un cirujano estético. Estas arrugas que me veo al afeitarme cada mañana, me afean y desdicen la galanura y porte que hace años solía ostentar tanto vestido como desnudo, situación ésta última, por cierto, que mejoraba mis bellas cualidades y engrandecía mis virtudes. Aún recuerdo, Doña XXX, esas miradas virginales de amor que sus ojos profesaban a mi pubis. Sí, debo reconocer que aquello era amor y nada más que amor. Cuarenta años de amor escondido y cierto, mientras el estúpido de su marido se dedicaba a practicar el noble arte de la intermediación financiera, tan alejada de la falta de honradez, veinticuatro horas al día. Esos mercados de futuros que tanto le apasionaron hasta su muerte joven y repentina, nos permitieron gozar de nuestros presentes una y otra vez, hasta la extenuación. Y es que, reconozcámoslo, su temprana viudedad envió a su marido al cielo, pero usted se quedó en la gloria… conmigo. Pobrecito hombre que creía ser un éxito profesional andante por salir en las revistas, codearse con la Jet en los campos de golf y viajar en aeroplanos particulares, mientras su esposa amaba a un simple maestro de escuela, medio loco y poeta….¡Pobrecito, las vueltas que da la vida!
Con amor y recuerdos.
Su Efraín Candoroso.
Me ha hecho mucha ilusión, también, recibir la foto de su abuela vestida de colegiala para asistir al Carnaval; rodeada de esos dos marinos de pantalón ceñido y paquete ampliado que con tanto gusto parece ella observar disimuladamente, entre sonrisas picaronas y poses sensuales. Me gusta su espíritu. Al fin y al cabo, la juventud está en nuestros cerebros y, seamos sinceros, a ciertas edades ya se puede hacer y decir lo que durante toda la vida hemos guardado o no hecho por miedo o por vergüenza.
¡Qué dos generaciones de mujeres! ¡Qué tercera, la suya! Que no quiero desmercer, doña XXX sus encantos, ni su capacidad de levantar, aún hoy todavía, mi ánimo inguinal y mi alegría.
Doña XXX, le cuento también que tras mucho pensarlo, he decidido, a mis 85 años, ponerme en manos de un cirujano estético. Estas arrugas que me veo al afeitarme cada mañana, me afean y desdicen la galanura y porte que hace años solía ostentar tanto vestido como desnudo, situación ésta última, por cierto, que mejoraba mis bellas cualidades y engrandecía mis virtudes. Aún recuerdo, Doña XXX, esas miradas virginales de amor que sus ojos profesaban a mi pubis. Sí, debo reconocer que aquello era amor y nada más que amor. Cuarenta años de amor escondido y cierto, mientras el estúpido de su marido se dedicaba a practicar el noble arte de la intermediación financiera, tan alejada de la falta de honradez, veinticuatro horas al día. Esos mercados de futuros que tanto le apasionaron hasta su muerte joven y repentina, nos permitieron gozar de nuestros presentes una y otra vez, hasta la extenuación. Y es que, reconozcámoslo, su temprana viudedad envió a su marido al cielo, pero usted se quedó en la gloria… conmigo. Pobrecito hombre que creía ser un éxito profesional andante por salir en las revistas, codearse con la Jet en los campos de golf y viajar en aeroplanos particulares, mientras su esposa amaba a un simple maestro de escuela, medio loco y poeta….¡Pobrecito, las vueltas que da la vida!
Con amor y recuerdos.
Su Efraín Candoroso.
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