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Harto ya de estar harto de tanta vida, Don Efraín Candoroso, poco antes de su muerte natural por disparo de arma de fuego infligida por él mismo, legó a mi tío abuelo Don Juliano de Lapesa Dez, la correspondencia que durante años mantuviera con Doña XXX. En este Blog, tenemos la primicia de su publicación. El editor.

domingo, 19 de abril de 2009

Cartas a Doña XXX: Un despertar de miedo.

Hoy es domingo, mi antiguo amor, y estoy triste. Ayer estuve hasta la madrugada, escondido debajo de las sábanas, escribiéndole la primera parte de esta carta. Hoy, cuando apenas el nuevo día se aprestaba a nacer tímido y gris, la sirena del alba que cada mañana nos despierta ha sonado antes de lo habitual. La noche aún no palidecía y de improviso, al ruido de la alarma, Hilda y su jauría de enfermeras prusianas han irrumpido en los dormitorios, a grito de cuartel, levantándonos a todos. “¡Al pasillo, todo el mundo al pasillo! ¡Hoy veremos, de una vez por todas, quiénes son los que aquí gobiernan!”

Y ahí nos podría haber visto usted corriendo como corderos adocenados, saliendo en tropel de los aposentos para, entre empujones, sorpresa y miedo, colocarnos a lo largo del pasillo, en fila india y de espaldas a la pared, los hombres a un lado del corredor, las mujeres al otro. Varias decenas de viejos a punto de cruzar al otro barrio tratados como niños de escuela indisciplinados. Y todos en pijama o en paños menores sin que ninguno nos atreviéramos a mirar al frente por no avergonzarnos de nuestras propias vergüenzas; o mejor, de las pocas que nos quedan.

Ahí estaba Don Ronaldo de Roncesvalles, con sus grandes mostachos de lord inglés, caballero y noble grande de nuestra patria, último representante de un linaje olvidado ya hasta por los libros de historia, que intentaba sujetar, erguido, digno y firme sobre sus pies descalzos de siglos, su pantalón de pijama a rayas para que no se le viera el pañal henchido de sus incontinencias nocturnas.

A mi lado también estaba, temblando de miedo, Don Mariano, un pobre fontanero que hizo su pequeño patrimonio a fuerza de doblar sus espaldas entre retretes y al que, tras varias décadas de hipoteca y agallas, sus sobrinos le despojaron de todo lo que había atesorado para acabar metido aquí, triste, solo, y doblado por la cifosis. A él, Doña XXX, le gusta dormir en calzoncillos largos para evitar el frío y una camiseta que le regaló un sobrino nieto suyo, en cuya delantera se puede leer: “Ofrécese fontanero para desatascar gónadas de orificio”; y que él, poco versado en lenguajes técnicos de anatomía, porta con orgullo de gremio.

Al otro lado del pasillo, sentada en un banquito, la siempre inocente y dulce Doña Purita, con sus temblores esenciales y su batita azul claro de piqué, intentaba esconder sus huidizas rodillas de cualquier traviesa mirada proveniente de la fila contraria, sin caer en la cuenta, en su cándida timidez, de que ninguno de nosotros estábamos, entonces, para muchas alegrías de ojo, tal y como, también es verdad, hubiera sido habitual en nosotros en otras condiciones más favorables.

Al final de la fila de mujeres, calladas, por una vez, pero valientes y atentas a todo lo que se movía, podía verse a Doña Claudia, Doña Mercedes y Doña Augusta: las hermanas ganchillo; apodadas así por su incansable afición al punto de arroz -que no al arroz en su punto, porque ninguna de ellas cocina- y sus variantes, consistentes ya en tejer botitas para recién nacidos ya trajes a la medida de comportamientos. Siempre alegres, ufanas y ayudadoras en las desdichas ajenas, juegan en nuestra institución el papel imprescindible de ser, además de la sal y la pimienta del patio de recreo, el mejor servicio de inteligencia de rumores y secretos de mentidero que cualquier escritor de novelas de espías pudiera haber imaginado. Se reunen en el jardín los días de sol a bordar y hablan, entre carcajadas y gritos de complicidad nerviosa, repletos de sobreentendidos que sólo ellas conocen, de escándalos, amoríos, hombres y demás zarandajas hormonales, tamaños y resistencias, ilustrando cada aseveracíon empírica con una anécdota que desuella sin piedad a algún desdichado que tuvo la poca fortuna de compartir con alguna de ellas algún instante a lo largo de sus vidas. Mas, con todo, ellas fueron en realidad las impulsoras del movimiento rebelde y ellas, las que supieron, hay que reconocerlo, despertar cuando fue necesario, nuestras cualidades humanas más sobresalientes.

Pero, Doña XXX, le tengo que contar también que entre las filas de perseguidos había también alguno de nosotros que, en vez de temer, reía y se jactaba. Pero es hora ya de la cena y están llamándonos del comedor.

Mañana, si Dios lo permite, continuaré escribiéndole mis avatares, que no sabe usted cuánto de bien me hace saber que, aún en la distancia, me lee, me piensa y me enternece.
Siempre suyo, Efraín Candosoroso.

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Datos personales

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid y MDC por el Instituto de Empresa de Madrid. Su trayectoria profesional le ha llevado a especializarse en temas referentes al mundo de la infancia y de la juventud en donde ha publicado, entre otros, Tiempo libre, educación y prevención en drogodependencias (1997) y Para una promoción integral de la infancia y de la juventud (1998). Como poeta ha publicado: Las horas Transitadas (Madrid, 1998), Manobra (Madrid, 2000), La ciudad doliente (Madrid, 2002) SHOA (México, 2004). Además, aparece recogido en las antologías 1 y 2, Hasta agotar la existencia (México 2001 y 2003). Además, en internet, ha publicado poemas en la revista Adamar de poesía. Ha dado recitales en España y América y su poema Teselas ha sido traducido al Rumano medieval en caracteres cirílicos para garantizar, así, su máxima difusión entre los lectores de habla hispana.

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