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Harto ya de estar harto de tanta vida, Don Efraín Candoroso, poco antes de su muerte natural por disparo de arma de fuego infligida por él mismo, legó a mi tío abuelo Don Juliano de Lapesa Dez, la correspondencia que durante años mantuviera con Doña XXX. En este Blog, tenemos la primicia de su publicación. El editor.

sábado, 30 de mayo de 2009

Cartas a doña XXX: Cubitos de hielo

Querida Doña XXX: El otro día estuve con su abuela. Vino al asilo a recordar los viejos tiempos de su segunda juventud, cuando vivió aquí durante una temporada, antes de escaparse una noche de pasión con Don Arnulfo Cantalapiedra, el laureado poeta y afamado bohemio que entre vinos, absentas, noches de jazz y tablaos flamencos, recibió cuantas flechas le asignó cupido y amó cuanto ellas pudieran tener de hospitalario, como decía Machado. Y fueron muchas. Que el corazón de Don Arnulfo parecía un acerico llenos de arfilerazos y su retrato emocional bien hubiera sido el de un San Sebastián atado a un árbol, lleno su cuerpo de dardos, y cara de orgasmo. Pero fue su abuela, Doña XXX, la que, al final, robó el último pedazo intacto del corazón de Don Arnulfo, cuyo amor, que había recorrido toda la escala social, fue a postrarse en ella como adolescente en descubierta del sexo opuesto, olvidando de un golpe todo lo vivido y exfoliando su alma de todos los amores muertos entre las manos tiernas de la madre de su madre.

Gran poeta y mejor amante, cuentan de él los mentideros que sus versos despertaban las hormonas femeninas como feromonas en celo y que tras escribirles un soneto, una cuarteta y hasta una lira, cumplía con todas las expectativas uterinas que sus rimas levantaban. Su abuela guarda sus versos en paquetitos atados con un lazo rojo y porta un retrato de Don Arnulfo que muestra con orgullo a quien quiera escuchar su historia. Y puedo atestiguar que ese recuerdo provoca lágrimas, sobre todo cuando su abuela narra cómo Don Arnulfo murió en sus brazos, despidiéndose con estas palabras: "Mi amor, de tí he aprendido que no se trata de dormir acompañado, sino de no despertarse solo".

Pídale el teléfono del asilo a su abuela, Doña XXX, y llámeme, que tras hablar con ella me han entrado unos grandes deseos de escuchar, de nuevo, su voz, aunque sea después de tantos años, porque no ha habido día, a lo largo de ellos, en que no haya pensado en usted en algún momento mágico de recuerdos.

Su voz, por otra parte, me serviría de consuelo en este invierno frío de paredes verdes en el que nuestra vida transcurre. No son buenos tiempos para la lírica, Doña XXX. El día del sol, del desayuno entre risas, de la revuelta nudista y la tarde temerosa entre tormentas y rayos, no acabó ahí. La junta de dirección, como recordará, estuvo reunida hasta la noche. El horario en el asilo es estricto y a las ocho de la tarde sonó la campana para ir a cenar. Lo que entonces ocurrió no puedo informárselo sin que sepa usted antes algunos pequeños detalles sin importancia acerca de la historia. Datos irrelevantes que, de ser conocidos, negaré hasta la muerte. De manera que le pido, Doña XXX, su máxima discreción porque aún andan los sabuesos de Hilda queriendo averiguar las causas de los efectos, y no podemos hacer el menor ruido.

Todas las tardes, a partir de las cinco, Don Hermenegildo, Don Mariano, Don Ramón y un servidor jugamos una partida de dominó hasta la hora de la cena. Todas las tardes, Don Ramón, le pide a Candy tres veces que le sirva una cola con cuatro cubitos de hielo provenientes de una botellita de agua milagrosa que dice Don Ramón recibir todas las semanas por correo desde su pueblo y que Candy, siempre tan amorosa, se encarga, cada mañana, de congelar en cubiteras. Un agua nacida a los pies de una peña en la que cuenta la leyenda se les apareció la Virgen a unos pastores mientras comían morcillas a la sombra de una encina. Dice Don Ramón que ese agua de la Virgen tiene virtudes medicinales al acabar con los problemas de flatulencias, aún cuando se siga teniendo muchas de ellas. Y no hay tarde en que Don Ramón, nuestro juez, no se beba sus tres vasos de cola con sus cubitos de hielo milagrosos. Y algún efecto tiene que tener porque hay que reconocer que entre lo divertido de la partida, los chistes, las risas, los sarcasmos y la cola, Don Ramón se va alegrando y termina, siempre, siendo el más chistoso de todos nosotros.

La tarde de autos no hubo partida. Hilda clausuró el armario donde se guardan los juegos de mesa, la televisión permaneció apagada y sólo se escuchaba a través de los altavoces del asilo el Requiem de Mozart, pieza muy alentadora para nuestros espíritus y que, sin duda, guardaba cierto mensaje subliminal que no acabábamos de colegir.

La campana de la cena sonó con puntualidad germánica. Las puertas del comedor se abrieron y entramos todos en silencio, sentándonos como ya era habitual. Los jugadores de dominó, hombres solos, en la mesa más cercana a la puerta. Las Gorgonas, al lado del estrado donde displicente y odiosa se sentaba Hilda con sus huestes. Sólo Candy, corría por todas las mesas sirviéndonos y atendiéndonos, como una Cenicienta enfermera. Doña Justa, Doña Pura y las Ganchillo, compartían mesa al lado de los ventanales y el resto se repartía como podía, quedando siempre los más rezagados en los peores sitios. Esos son los problemas de las andarillas, los huesos reumáticos y las edades, que cada vez que a uno de nosotros nos preguntan que cuántos años tenemos, deberíamos responder, "¡todos!".

El menú, para qué negarlo, de alta gastronomía: sopa de fideos, huevos fritos con salchichas y agua corriente del grifo con denominación de origen, hielo y servida en lujosas jarras de plástico barato. El tiempo de pitanza, largo, debido a la lentitud del servicio -Candy no da nunca abasto-, la falta de dentadura de algunos, las temblequeras de otros, y la falta de apetito de ese día de los demás. La cuestión es que, además de la sopa fría, los huevos y las salchichas, cuando llegó la hora del postre -plátano sin recuerdos de que fuera amarillo- en la mesa de las Gorgonas empezó un barullo de risas, palmadas, carcajadas y mofas que llamaron la atención del público asistente al espectáculo. Doña Perfecta comenzó a cantar "La donna é mobile" con sonoros gallos resfriados de amanecer de invierno. Doña Romualda, cuya cara se había sometido a tantas cirugías plásticas de estiramiento que parecía la madre del "Joker" de Batman, bailaba claqué al ritmo de las palmadas de sus compañeras. Doña Hilda, bajó atónita de su cátedra y acercando su nariz de oso hormiguero a Doña Perfecta gritó: "¡Están ebrias!"

La carcajada fue general. Las borrachas seguían con su alboroto al que había que añadir el jolgorio que se organizó entre los asilados ante tamaña sorpresa. Sólo Candy permanecía en medio del pasillo, muy seria, mirando fijamente a Don Ramón quien literalmente se escondía detrás de sus manos mientras rezaba: "¡Carajo con el agua bendita! ¡Carajo con el agua bendita!" Y agarrandóme del brazo como alma que se niega a que se la lleve el diablo me dijo: "¡Don Efraín, esta vez sí que la he jodido! ¡El agua bendita, Don Efraín, el agua bendita!" Yo no salía de mi asombro: "¡¿Qué carajos pasa con el agua bendita, Don Ramón?!". El juez, pálido como zombi viviente y los ojos desorbitados me dijo con entrecortados susurros para que nadie le oyera: "¡Coño, Don Efraín, que no es agua bendita!, que es vodka ruso de primera calidad que consigo de estraperlo con Casimiro, y lo guardo en botellitas para que Candy me lo congele y nadie se imagine que es alcohool. Todos los días me bebo todos los cubitos, pero hoy, no he podido y la pobre de Candy ha debido de servirlos en la jarra de agua de las Gorgonas. ¡¿Qué hacemos, Don Efraín, qué hacemos?!. "¡Huir, Don Ramón, huir, aprovechando el barullo!", le respondí. Y, sin que nadie nos viera, nos escurrimos hacia la oscuridad del pasillo, dejando atrás, las risas, los bailes, la ópera desafinada, la juerga, y a Hilda, gritando: "¡No puedo más, hoy, no puedo más!".

Siempre suyo,
Efraín Candoroso.


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Datos personales

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid y MDC por el Instituto de Empresa de Madrid. Su trayectoria profesional le ha llevado a especializarse en temas referentes al mundo de la infancia y de la juventud en donde ha publicado, entre otros, Tiempo libre, educación y prevención en drogodependencias (1997) y Para una promoción integral de la infancia y de la juventud (1998). Como poeta ha publicado: Las horas Transitadas (Madrid, 1998), Manobra (Madrid, 2000), La ciudad doliente (Madrid, 2002) SHOA (México, 2004). Además, aparece recogido en las antologías 1 y 2, Hasta agotar la existencia (México 2001 y 2003). Además, en internet, ha publicado poemas en la revista Adamar de poesía. Ha dado recitales en España y América y su poema Teselas ha sido traducido al Rumano medieval en caracteres cirílicos para garantizar, así, su máxima difusión entre los lectores de habla hispana.

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