Correspondencia anterior

Harto ya de estar harto de tanta vida, Don Efraín Candoroso, poco antes de su muerte natural por disparo de arma de fuego infligida por él mismo, legó a mi tío abuelo Don Juliano de Lapesa Dez, la correspondencia que durante años mantuviera con Doña XXX. En este Blog, tenemos la primicia de su publicación. El editor.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Cartas a Doña XXX: Mujeres.

Doña XXX: No deja de llover con esa lluvia que parece memoria y saudade. Y no dejo de pensar en usted. Y sigue lloviendo. Dicen los psicólogos, esos sabios de papel mojado que pretenden comprender mediante la ciencia lo que no es ciencia sino vida viviendo, que uno cuando escribe, sublima. Y no. Escribirle es querer que sepa lo que siento y hablarla y sentirla. Pero sigue lloviendo y apenas si encuentro refugio en estas cartas al hilo de un recuerdo, cuando el presente parece interminable y la distancia, infinita. Y sé que me lee, que no deja de leerme aunque sea en secreto. Y sé que me piensa, aunque sea en silencio.

La tarde que trajo este diluvio, nos escondimos todos en nuestros cuartos. Horas tardamos en salir y en ir ocupando los sitios de asueto y de reuniones. Los bancos del pasillo. Los sillones del salón. Las mesas de juego. Pero todo fue en silencio. Como si no nos atreviéramos a mirarnos los unos a los otros, o no quisiéramos dar a conocer el miedo que nos había entrado, una vez que fuimos conscientes de lo que habíamos hecho. Pobres viejos desnudos en paños menores, empapados y, ahora, solos frente a nuestros propios actos. No vimos a Hilda en toda la tarde. Se había convocado una junta de dirección del asilo, urgentísima, para analizar los últimos acontecimientos. Candy no sonreía tampoco. Iba y venía de la cocina trayéndonos a todos una taza de chocloate caliente para que no nos constipáramos, pero hasta ella vestía su uniforme de pantalón largo y su blusa abotonada hasta el cuello. No decía nada. No nos reprochaba nada. Vino con mantas para los ateridos. Nos cobijó. Nos acariciaba la cara y una sonrisa dulce intentaba en vano aliviarnos el miedo. Ella estaba preocupada. Hasta organizó un comando de inteligencia y con cualquier excusa mandó a las Hermanas Ganchillo a escuchar detrás de la puerta lo que se estaba deliberando. Pero al volver, sólo habían podido sentir cuchicheos y aunque doña Claudia había llevado un vaso que le sirviera a modo de trompetilla, nada pudieron oir. Alguna tos, algún "¡Esto no puede quedar así!" de Doña Hilda. Pero nada más. Ahí volvieron, tristes y Doña Claudia golpeando sin darse cuenta el vaso a ritmo de reguetón. Es la más joven de las hermanas y ni siquiera tiene edad de estar en el asilo. Pero cuando sus hermanas mayores decidieron retirarse, ella hizo también las maletas y veinte años antes que la mayor, Augusta, se encerró con ellas porque eran su única familia. Doña Claudia es de rasgos finos, ojos achinados y negros, y una sonrisa que usa a sabiendas de su poder hipnótico, sobre todo cuando necesita algo de alguien. Tiene el carácter fuerte e independiente, como sus hermanas, y ruidosos enojos repentinos. Doña Claudia es alta, de pies grandes como mostruo peludo de películas del espacio. Talle estrecho y trasero incontinente y cada vez que ve un cristal o un espejo, se mira en él, aunque sea de reojo. Don Edelmiro, embajador de carrera, estaba loco por ella. Se sentaba junto a nosotros a jugar cartas y cada vez que pasaba Doña Claudia a nuesto lado, un suspiro de amor salía de su pecho. Don Edelmiro era un tipo interesante. Viajado, culto, de humor cáustico como sosa en cañería y de muy buena planta. Recuerdo aquella vez, cuando el viejo embajador miraba a Doña Claudia sonreir, estaba yo sentado junto a él en el jardín y, sin venir a cuento, me dijo: "Don Efraín, he viajado a lo largo y ancho de este mundo. He visto ciudades, paisajes, he cruzado montañas y bajado hasta valles recónditos. He querido, como descubrir mundo, comprender el alma de la mujer en su esencia y he viajado también por sus pieles y me he mirado en sus ojos. Las he observado y he podido listar hasta ciento cincuenta y dos tipos de gestos distintos en ellas, solamente para acomodarse la melena sin usar las manos. Las he visto maquillarse en los semáforos y en los atascos de las autovías. ¿Sabe cómo lo hacen? Mueven el retrovisor hacia ellas, abren el lápiz, se estiran el párpado inferior del ojo hasta que casi se les sale la órbita y abren la boca como pez que se asfixia, mientras se pintan la raya del ojo. Es fascinante. Después, se espolvorean la naríz con golpecitos rumbosos, miran a un lado, miran a otro y se creen que nadie las ha visto. La mujer, Don Efraín, la mujer... Una vez, para conseguir comprenderlas, me depilé el pubis con cera, como ellas hacen. Sí, me hice un brasileño completo. Y ¡carajo! aquello dolió como parto de puercoespín crecido. Que la zona donde se junta la piel de la ingle con el escroto parecia que me la iban a arrancar de cuajo. Y cuando llegaron a los cataplines, mis gritos hicieron que los vecinos llamaran a la policía. Pero quedé como niño recién nacido y aquello causó furor entre mis contemporáneas. Otro método que usé para comprenderlas fue la de ponerme a leer sus revistas. Artículos como cuarenta nuevas formas de hacer que tu amante vibre, o, descubre las posiciones más sensuales de la noche, me hicieron, en el primer caso, reirme porque todo lo nuevo que se decía se conocía ya hacía cien años y lo segundo, hubo una posición que me causó una ciática de tal calibre que tuve que volverme misionero durante meses. He olido sus perfumes, las he mirado dormir, gritar, llorar, hasta alguna que otra me ha pegado. Y sin embargo, aquí me tiene, que por esa mujer he cambiado mi forma de vestir, de peinar, y hasta me he comprado un disco de regueton que no entiendo pero que dice algo de subirse la falda hasta la espalda y salir de no sé que armario. Tengo un vídeo para aprender a bailar salsa y practico con las maracas solo en mi habitación. Este viejo gruñón de cabeza blanca y pubis negro, salvo alguna cana testicular despitada que en vez de ir al norte se fue al sur, como la paloma de la canción, pendiente....., en el fondo, de nada. ¿Y sabe por qué, Don Efraín? Porque después de todo lo que he visto, los paisajes, las ciudades, los valles, después de todas las pieles, los berridos de carnero depilado, las ciáticas amorosas, esa mujer, Don Efraín, esa sonrisa, es capaz, se lo digo yo que lo sé, de hacer llorar a un hombre de amor absolutamente entregado tras un beso. "Mujeres, Don Efraín, mujeres". A la mañana siguiente, Don Edelmiro no volvió a despertarse. Murió mientras dormía. Doña Claudia ni siquiera asistió a su funeral, ni mostró el menor interés por el viejo ingenuo o lo que con él había sucedido. Porque aquella Doña Claudia que el embajador amaba, en realidad, ni era ella, ni jamás había existido. "Mujeres, Don Edelmiro, mujeres"


Siempre suyo,
Efraín Candoroso.



1 comentario:

Anónimo dijo...

pobre don Edelmiro; haga lo que haga nunca va a poder entender a las mujeres....solo caer en su encanto..

Datos personales

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid y MDC por el Instituto de Empresa de Madrid. Su trayectoria profesional le ha llevado a especializarse en temas referentes al mundo de la infancia y de la juventud en donde ha publicado, entre otros, Tiempo libre, educación y prevención en drogodependencias (1997) y Para una promoción integral de la infancia y de la juventud (1998). Como poeta ha publicado: Las horas Transitadas (Madrid, 1998), Manobra (Madrid, 2000), La ciudad doliente (Madrid, 2002) SHOA (México, 2004). Además, aparece recogido en las antologías 1 y 2, Hasta agotar la existencia (México 2001 y 2003). Además, en internet, ha publicado poemas en la revista Adamar de poesía. Ha dado recitales en España y América y su poema Teselas ha sido traducido al Rumano medieval en caracteres cirílicos para garantizar, así, su máxima difusión entre los lectores de habla hispana.

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