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Harto ya de estar harto de tanta vida, Don Efraín Candoroso, poco antes de su muerte natural por disparo de arma de fuego infligida por él mismo, legó a mi tío abuelo Don Juliano de Lapesa Dez, la correspondencia que durante años mantuviera con Doña XXX. En este Blog, tenemos la primicia de su publicación. El editor.

viernes, 15 de mayo de 2009

Cartas a Doña XXX: Desnuda rebeldía.

Querida Doña XXX, está lloviendo. No ha dejado de llover, y ya sabe usted como odio esta lluvia tediosa y mojada que me estropea los zapatos, humedece mis pijamas de franela, enfría mi calva, y me pone triste. Sí, ya sé que es útil para el campo, y que la naturaleza necesita del agua para rebrotar y traer de nuevo la fermosa primavera llena de gramíneas, polen y estornudos; pero a mi, con ella, lo único que me rebrota es el reúma, el mal humor, y un estado de perpetuo gruñido por no poder gozar del sol como lagarto tendido y sesteante. Como siga lloviendo así en vez de en lagarto me voy a transformar en rana saltarina, de esas multicolores que nacen en los bosques húmedos del trópico, carecen de gracia e inteligencia, y por las que turistas urbanos con nostalgia primitiva pagan por fotografiar entre humedales, mosquitos, caminos intransitables, y mil y una incomodidades que por ecológicas son recibidas como sagradas bendiciones de dioses prehistóricos, para después retornar a la civilización a seguir portándose como cromañones en sus vidas cotidianas.

Y es que la lluvia no llegó sola. Gozábamos del sol matutino, de los pechos de Doña Justa, de la sorprendente y enorme admiración que nos producía nuestro nunca bien ponderado general cubano, cuando a los gritos de las Gorgonas, que no habían podido soportar la visión de semejante hombría, como un tanque panzer de artillería pesada en la guerra relámpago, Hilda descendió las escaleras del jardín, fusta en mano, y con todo su empuje se abrió paso a golpes y codazos entre el grupo de testigos adánicos de las hermosas manzanas de nuestra Eva particular. Fue sorprendente comprobar como a medida que aquel mastodonte avanzaba, el cielo se nublaba, diluyéndose la luz azul en gris de asno y los trinos y los claroscuros rompieran en trueno y relámpago.

La escena no duró mucho, pero fue trepidante. Hilda tras romper la primera línea de defensa inocente, llegó hasta Doña Justa y quedóse, al principio, petrificada. Miraba la desnudez, miraba la lanza sagrada, miraba a las Hermanas Ganchillo tratando inútilmente de esconder sus risas, como niñas en la escuela, miraba a Doña Pura que no había podido cerrar la boca desde que se hubiera acercado a los arbustos, nos miró a nosotros que no la mirábamos a ella, y despertando de su breve sorpresa, con un grito de vikingo en guerra, alzó la fusta para descargar toda su furia sobre la paralizada Doña Justa.

El movimiento fue felino. Nadie pudo comprender como consiguió alcanzar ese nivel de agilidad juvenil y extraordinaria en tan breves momentos, pero, como una pantera, Don Ronaldo de Roscenvalles se abalanzó sobre la agresora y paró el golpe con su brazo derecho mientras que con el izquierdo se sujetaba el pantalón y el pañal de incontinencias. Hubo un forcejeo entre la bárbara y el esforzado. Hubo reto, odio, pulso, fuerzas encontradas hasta que Don Ronaldo consiguió doblar el brazo y la voluntad de Hilda, al tiempo que decía entre dientes: "¡Nadie osará, en mi presencia, tocar un cabello de esta dama. Nadie. Que antes preferiría abonar este jardín con mis miserias que permitir tamaña afrenta contra una desnudez inocente!" Y dicho esto, mientras acababa de forzar el brazo de su contrincante, una ventosidad olímpica y hedionda, hizo que todos, hasta Hilda, diéramos un paso atrás en busca de oxígeno no contaminado, a medida que la ola de olor repugnante nos alcanzaba. Se oyó entonces la voz de nariz tapada de Don Mariano el fontanero:"¡Carajo, Marqués, usted sí que tiene las cañerías obturadas! ¡Comerá usted con ademanes y usos de ángel pero caga su excelencia como demonio diarréico!". Hilda, sin embargo no quedó satisfecha, y tapándose la nariz levantó otra vez su fusta, esta vez contra el caballero cagante, al grito de: "¡Viejo pedorro, te vas a enterar de lo que es estar hecho mierda!". Don Mariano, como David frente a Goliat, se interpuso en la escena con un bramido de oso: "¡No! ¡Ni se te ocurra, toro con ubres, hacer daño al marqués. Que si lo haces te vas a enterar de cómo se desatascan inodoros con una fusta!" Hilda no pudo creerlo. Reculó, levantó la fusta como una espada defensiva y comenzó a llamar a gritos a Casimiro que seguía soportando los aspavientos de Doña Perfecta, sumiso, cariacontecido, y completamente ajeno a lo que ocurría del otro lado del jardín.

A los gritos barbáricos pronunciando su nombre, Casimiro respondió con una carrera al trote de percherón entumecido. Al llegar, Hilda le espetó que hiciera algo. Casimiro, medio miró la escena: Hilda, fusta en posición de esgrima defendiéndose de la agresividad de Don Mariano, pequeño pero bravo, a pesar de que no le llegaba al pecho a la otentota. Don Ronaldo con cara de circunstancia disimulada, y silbando al viento, agarrándose los pantalones, protegido detrás del fontanero. Nosotros tapándonos todavía las narices porque el noble olor parecía perpetuo. Pero cuando el tuerto llegó a los pechos de Doña Justa se quedó pasmado e inmóvil, incapaz incluso de parpadear con su ojo sano, embelesado ante el espectáculo. Doña Perfecta, cuya cabellera tintada de rosa fucsia se había parado como electrificada, al ver que su amante no ocultaba su deseo, comenzó a pegarle puñetazos en la espalda, profiriendo insultos soeces referidos a la genealogía ancestral del casi ciego, mientras las Gorgonas intentaban separarla inutilmente. Hilda no pudo más y abalanzándose agarró a Doña Justa del brazo e intentó arrastrarla por impúdica, libertina y casquibana. De nuevo, el marqués y el fontanero se interpusieron y consiguieron librar a la víctima. Pero esta vez, Don Mariano engrandecido como Napoleón en Austerlizt, se enfrentó a Hilda y le dijo: "¡Basta ya! ¡Si vas a castigar a Doña Justa por querer tomar el sol, a mi me vas a tener que colgar de los pulgares!"; y sin mediar más palabras se desnudó delante de todos nosotros: fuera la camiseta del sobrino, fuera el pantalón raído, que sólo se quedó con unos calzoncillos gallumbos marcapaquete de algodón blanco y costuras gordas. Y enfrentándonos a todos nos dijo: ¡Aquí u ordeñamos todos o tiramos a la vaca al río!

No se sabe muy bien si fue la arenga del pequeño fontanero valiente o la idea de tener entre todos que dominar a Hilda para echarla al agua de la fuente, pero el caso es que todos comenzamos a desnudarnos. Las primeras, las Hermanas Ganchillo que se colocaron al lado de doña Justa, con sus pechos al aire. Algo que por otra parte ya habían hecho alguna que otra vez en privado para ver quién de ellas tenía los pezones más bonitos y los senos más turgentes. Siguieron los hombres. El primero, Don Ramón, Juez y preboste de "Río Truchas", cuya capacidad de imitación de todos nosotros nos hacía reir a carcajadas, conocernos las canciones de Joaquín Sabina de memoria o mantener conversaciones sobre responsabilidades de sistemas de justicia anquilosados, viejos e ineficientes. Todos sabíamos que Don Ramón mantenía un idilio platónico con Doña Mercedes, una de las Hermanas Ganchillo, mujer inteligente, buena y leal como un pingüino en pareja, enamorada de los mejillones a la provenzal, y de risa escandalosamente contagiosa y llena de generosidad. Don Ramón, vestía boxers de cuadros y calcetines con liga, sobre unas piernas capaces de retorcerse bailando como Elvis Presley, del que le gustaba disfrazarse en Halloween. Tras él, don Genaro, el farmacéutico: calzoncillos de seda y lino, que para eso era viudo, heredero y rico. Y luego ya todos los demás. Sólo quedaba Don Hermenegildo quien, dada su condición física elevada, dudaba si bajarse los pantalones del pijama o no. Se quedó mirando a Doña Justa y ella a él, fíjamente. Ella sonrió, le guiñó un ojo y él se bajó los pantalones dejando salir el ariete que saltó feliz de alegría al sentirse libre. Hilda gritó despavorida. Doña Pura casi se desmaya. Las Hermanas Ganchillo boquiabiertas. Doña Justa mirando a los ojos de su hombre enamorado. Y en eso, una lluvia jarreante de truenos, rayos y centellas comenzó a caer empapándonos a todos. Salimos corriendo desnudos y calados a escondernos cada uno a nuestra habitación. Doña Hilda, Casimiro y las Gorgonas salieron también en estampida. Sólo Doña Justa y Don Hermenegildo se quedaron mirándose el uno al otro bajo la lluvia. Creo que aquel beso también provocó su propio relámpago.

Siempre a sus pies,
Efraín Candoroso.


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Datos personales

Licenciado en Filosofía y Letras por la Universidad Autónoma de Madrid y MDC por el Instituto de Empresa de Madrid. Su trayectoria profesional le ha llevado a especializarse en temas referentes al mundo de la infancia y de la juventud en donde ha publicado, entre otros, Tiempo libre, educación y prevención en drogodependencias (1997) y Para una promoción integral de la infancia y de la juventud (1998). Como poeta ha publicado: Las horas Transitadas (Madrid, 1998), Manobra (Madrid, 2000), La ciudad doliente (Madrid, 2002) SHOA (México, 2004). Además, aparece recogido en las antologías 1 y 2, Hasta agotar la existencia (México 2001 y 2003). Además, en internet, ha publicado poemas en la revista Adamar de poesía. Ha dado recitales en España y América y su poema Teselas ha sido traducido al Rumano medieval en caracteres cirílicos para garantizar, así, su máxima difusión entre los lectores de habla hispana.

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